viernes, 8 de junio de 2007

García Márquez. VIvir para contarla

Capítulo 4 (inicio)

Me salvaban mis respuestas imprevistas, mis ocurrencias dementes, mis invenciones irracionales
Por fortuna, la familia conservaba sus arrestos de pobre, y la cena temprana parecía hecha a propósito para notificarme que aquella era mi casa, y que no había otra. La buena noticia en la mesa fue que mi hermana Ligia se había ganado la lotería.
La historia -contada por ella misma- empezó cuando nuestra madre soñó que su papá había disparado al aire para espantar a un ladrón que sorprendió robando en la vieja casa de Aracataca.
Mi madre contó el sueño al desayuno, de acuerdo con un hábito familiar, y sugirió que compraran un billete de lotería terminado en siete, porque este número tenía la misma forma del revólver del abuelo.
La suerte les falló con un billete que mi madre compró a crédito para pagarlo con el mismo dinero del premio. Pero Ligia, que entonces tenía once años, le pidió a papá treinta centavos para pagar el billete que no ganó, y otros treinta para insistir la semana siguiente con el mismo número raro: 0207.
Nuestro hermano Luis Enrique escondió el billete para asustar a Ligia, pero el susto suyo fue mayor el lunes siguiente, cuando la oyó entrar en la casa gritando como una loca que se había ganado la lotería. Pues en las prisas de la travesura el hermano olvidó dónde estaba el billete, y en la ofuscación de la búsqueda tuvieron que vaciar roperos y baúles, y voltear la casa al revés desde la sala hasta los retretes. Sin embargo, más inquietante que todo fue la cantidad cabalística del premio: 770 pesos.

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