miércoles, 6 de junio de 2007

Cuaderno de Noah. Nicholas Sparks





Acaba de amanecer, y estoy sentado junto a una ventana empañada por el aliento de toda una vida. Esta mañana soy un auténtico espectáculo: dos camisas, unos pantalones de paño de abrigo, una bufanda enrollada dos veces alrededor del cuello y metida dentro de un suéter grueso que me tejió mi hija para mi cumpleaños, hace ya tres décadas. El termostato de la calefacción está al máximo y he puesto una pequeña estufa a mi espalda. Silba, ruge, y escupe aire caliente como el dragón de un cuento, y sin embargo mi cuerpo tiembla con un frío que no desaparecerá nunca, un frío que ha tardado ochenta años en gestarse. Ochenta años, pienso a veces, y aunque llevo mi edad con resignación, no puedo creer que no haya conducido un coche desde los tiempos en que George Bush era presidente. Me pregunto si a toda la gente de mi edad le pasará lo mismo.
¿Mi vida? No es fácil de describir. No ha sido la experiencia vertiginosa y espectacular que hubiera deseado, pero tampoco he vivido oculto bajo la tierra, como las ardillas.
Supongo que podría compararse con la Bolsa; relativamente estable, con más momentos buenos que malos y una tendencia general al alza. Un buen negocio, un negocio afortunado, y sé por experiencia que no hay mucha gente que pueda decir lo mismo. Pero no me interpreten mal. No soy especial, de eso estoy seguro. Soy un hombre corriente, con pensamientos corrientes, que ha llevado un vida corriente. No me dedicarán un monumento y mi vida pronto pasará al olvido, pero he amado a otra persona con toda el alma, y eso, para mí, es más que suficiente.

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