Mi país natal disfruta de un importante litoral bañado por las aguas bravas del Océano Atlántico. La amplia oferta de playas en España hace olvidar con frecuencia mirar hacia el oeste de la Península Ibérica. Allí, pueblos costeros como Nazaré esperan al visitante para mostrarle sus colores, olores y sonidos que evocan un pasado marinero siempre presente.
De nombre bíblico, hoy es uno de los destinos lusos más pintorescos. Nazaré vive la afluencia de numerosos visitantes durante el verano. Sin embargo, la sensación nada más poner los pies en esta localidad dista sobremanera de cualquier pueblo costero cuya principal fuente de ingresos es el turismo. Por sus empinadas y blancas calles puede verse a las mujeres con la vestimenta típica caracterizada por tonos chillones que avivan la tristeza de las viejas viudas cuyo negro luto de pies a cabeza consigue detener el tiempo.
La tranquilidad del pueblo disminuye a medida que el paseo nos acerca a la playa. Grandes olas hacen disfrutar a los bañistas y alertan de lo traicionero de estas aguas. En una arena de textura gruesa se hacinan los tradicionales secaderos de pescado compuestos de una malla metálica en un marco de madera donde los jureles y bacalaos se endurecen a base de sal gorda y aire salitrado. El olor es muy característico y más agudo en las primeras horas del día.
Típico de Nazaré era la costumbre de remolcar con bueyes las barcas hasta el agua y las redes desde el mar, ayudando a los pescadores en su pesada tarea diaria. Esta técnica es conocida como arte Xávega y lamentablemente ha desaparecido, el único vestigio que queda es una lancha encallada en la arena.
Recorrer la línea de la playa es un verdadero placer. Un funicular comunica una parte de la misma con el barrio antiguo, Sitio, en lo más alto de un acantilado. La vista desde el mirador es impresionante. En la explanada donde se levantan las casas aguarda la iglesia barroca de la Virgen de Nazaré y una pequeña ermita al borde del barranco, la ermita de la Memoria.
De O Sitio parte una carretera forestal que lleva al frondoso pinar de Leiria con desvíos hacia otras calas y arenales mucho menos concurridos y donde hallar un lugar ideal para el descanso.
De nombre bíblico, hoy es uno de los destinos lusos más pintorescos. Nazaré vive la afluencia de numerosos visitantes durante el verano. Sin embargo, la sensación nada más poner los pies en esta localidad dista sobremanera de cualquier pueblo costero cuya principal fuente de ingresos es el turismo. Por sus empinadas y blancas calles puede verse a las mujeres con la vestimenta típica caracterizada por tonos chillones que avivan la tristeza de las viejas viudas cuyo negro luto de pies a cabeza consigue detener el tiempo.
La tranquilidad del pueblo disminuye a medida que el paseo nos acerca a la playa. Grandes olas hacen disfrutar a los bañistas y alertan de lo traicionero de estas aguas. En una arena de textura gruesa se hacinan los tradicionales secaderos de pescado compuestos de una malla metálica en un marco de madera donde los jureles y bacalaos se endurecen a base de sal gorda y aire salitrado. El olor es muy característico y más agudo en las primeras horas del día.
Típico de Nazaré era la costumbre de remolcar con bueyes las barcas hasta el agua y las redes desde el mar, ayudando a los pescadores en su pesada tarea diaria. Esta técnica es conocida como arte Xávega y lamentablemente ha desaparecido, el único vestigio que queda es una lancha encallada en la arena.
Recorrer la línea de la playa es un verdadero placer. Un funicular comunica una parte de la misma con el barrio antiguo, Sitio, en lo más alto de un acantilado. La vista desde el mirador es impresionante. En la explanada donde se levantan las casas aguarda la iglesia barroca de la Virgen de Nazaré y una pequeña ermita al borde del barranco, la ermita de la Memoria.
De O Sitio parte una carretera forestal que lleva al frondoso pinar de Leiria con desvíos hacia otras calas y arenales mucho menos concurridos y donde hallar un lugar ideal para el descanso.
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