Ciudad de calles estrechas, patios, escaleras y arcos medievales, Coimbra fue la cuna del nacimiento de seis reyes portugueses y de la primera dinastía, así como de la primera Universidad de Portugal y una de las más antiguas de Europa.
Los romanos llamaron a la ciudad, que se erguía por una colina sobre el río Mondego, Æminium. Más tarde, a medida que aumentó su importancia paso a ser designada por Conímbriga. En el 714, en el transcurso de la invasión musulmana sobre la Península Ibérica, la ciudad fue dominada definitivamente por el poder árabe, bajo el cual pronto se convirtiría en un lugar estratégico comercial entre el norte cristiano y el sur árabe, con una importante comunidad mozárabe. En 1064 la ciudad fue definitivamente reconquistada por Fernando I de Castilla.
Coimbra renace y se convierte en la ciudad más importante al sur del Duero, capital de un vasto condado gobernado por el mozárabe Sesnado. Con el Condado Portucalense, el conde D. Enrique y la reina Dª. Teresa la convirtieron en su residencia, y vería nacer entre sus seguras murallas al primer rey de PortuGal, Alfonso I de Portugal, que la nombraría capital del condado, en detrimento de Guimarães. No fue hasta 1255 que Coimbra perdió este privilegio, cuando la capital portuguesa pasó a ser Lisboa.
En el siglo XII, Coimbra presentaba ya una estructura urbana dividida entre la ciudad alta, designada por Alta o Almedina, donde vivían los aristócratas, los cléricos y, más tarde, los estudiantes, y por Baja, la zona del comercio, los artesanos y los barrios junto al río.
Desde mediados del siglo XVI la historia de la ciudad gira en torno a la Universidad de Coimbra, y a partir del siglo XIX empieza a expandirse más allá del casco amurallado, que llega incluso a desaparecer por las reformas llevadas a cabo por el Marqués de Pombal.
La primera mitad del siglo XIX, tras tiempos difíciles para Coimbra, con la ocupación de la ciudad por las tropas de Junot y Massena, durante la invasión francesa y, posteriormente, la extinción de las órdenes religiosas. Sin embargo, en la segunda mitad de este siglo, vería recuperar el esplendor perdido: en 1856 surge el primer telégrafo eléctrico en la ciudad y la iluminación a gas, en 1864 es inaugurado el ferrocarril y 11 años después nace el puente férreo sobre las aguas del río Mondego.
Los romanos llamaron a la ciudad, que se erguía por una colina sobre el río Mondego, Æminium. Más tarde, a medida que aumentó su importancia paso a ser designada por Conímbriga. En el 714, en el transcurso de la invasión musulmana sobre la Península Ibérica, la ciudad fue dominada definitivamente por el poder árabe, bajo el cual pronto se convirtiría en un lugar estratégico comercial entre el norte cristiano y el sur árabe, con una importante comunidad mozárabe. En 1064 la ciudad fue definitivamente reconquistada por Fernando I de Castilla.
Coimbra renace y se convierte en la ciudad más importante al sur del Duero, capital de un vasto condado gobernado por el mozárabe Sesnado. Con el Condado Portucalense, el conde D. Enrique y la reina Dª. Teresa la convirtieron en su residencia, y vería nacer entre sus seguras murallas al primer rey de PortuGal, Alfonso I de Portugal, que la nombraría capital del condado, en detrimento de Guimarães. No fue hasta 1255 que Coimbra perdió este privilegio, cuando la capital portuguesa pasó a ser Lisboa.
En el siglo XII, Coimbra presentaba ya una estructura urbana dividida entre la ciudad alta, designada por Alta o Almedina, donde vivían los aristócratas, los cléricos y, más tarde, los estudiantes, y por Baja, la zona del comercio, los artesanos y los barrios junto al río.
Desde mediados del siglo XVI la historia de la ciudad gira en torno a la Universidad de Coimbra, y a partir del siglo XIX empieza a expandirse más allá del casco amurallado, que llega incluso a desaparecer por las reformas llevadas a cabo por el Marqués de Pombal.
La primera mitad del siglo XIX, tras tiempos difíciles para Coimbra, con la ocupación de la ciudad por las tropas de Junot y Massena, durante la invasión francesa y, posteriormente, la extinción de las órdenes religiosas. Sin embargo, en la segunda mitad de este siglo, vería recuperar el esplendor perdido: en 1856 surge el primer telégrafo eléctrico en la ciudad y la iluminación a gas, en 1864 es inaugurado el ferrocarril y 11 años después nace el puente férreo sobre las aguas del río Mondego.
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